miércoles, 17 de marzo de 2010

Spallanzani

Corría el siglo XVIII y al abrigo de la revolución científica, teorizar acerca de las grandes incógnitas del cosmos se había convertido en un divertimento común de la baja nobleza y la burguesía. Una de las cosas más curiosas y más chocantes era que, en contra de cualquier sentido común, y de lo que cabría esperar del pensamiento científico de la época, aún predominaba la teoría de la generación espontánea para explicar el origen de cientos de insectos y animales. Mientras que parecía bastante claro que un cerdo pequeño tenía que haber salido de uno más grande, la sensatez parecía difuminarse cuando se hablaba de ratones o moscas.
Como ejemplo, a principios del siglo, un brillante experimento demostró que si llenabas un jarrón de ropa sucia (preferiblemente de mujer) y granos de trigo, a las pocas semanas ¡zas! aparecían ratones. ¡Cielo santo! ¡Así que los ratones se formaban a partir de trigo y ropa sucia!
Afortunadamente, había gente como Francesco Redi que a pesar de tener la mala suerte de nacer en Italia, y ser católico, contribuyó de forma notable a reducir la estupidez colectiva cuando colocó un trozo de carne en un vaso, lo cubrió con una gasa y demostró que no aparecían larvas de mosca. ¡Así que las moscas nacen de otras moscas, y no de la carne podrida!
A mediados del XVIII un cura Irlandés, Needham, quiso demostrar la evidencia de la generación espontánea, así que cogío materia orgánica muerta, la hirvió para matar todo rastro de vida, y después tapó sus frascos... ¡con un corcho! Claro, a los tres días, aquello apestaba a vida de nuevo. Consiguió aislar protozoos y junto con el Conde de Buffón, Needham propuso que debía haber unos "átomos vitales" capaces de reorganizarse entre sí para formar vida.
Sin embargo, esto llegó a oidos de otro italiano, un tal Spallanzazani, cura, también, pero un poco menos teórico y un poco más práctico. Spallanzani había oído hablar de los animáculos de Leeuwenhoek y supuso que, debido a su diminuto tamaño, debían haberse colado por los poros del corcho. Así que repitió el experimento de Needham, pero él decidió calentar el cuello de las botellas, hasta que el propio cristal derretido selló el cultivo. Después hizo algo bastante poco frecuente en la ciencia de entonces: Seleccionó varias botellas y las dejó abiertas, otras las selló pero no las calentó, otras las calentó hasta que empezaron a hervir, y otras las calentó durante una hora.
Así refutó de forma contundente la generación espontánea y demostró, además, que hervir el cultivo unos minutos no basta para matar a todos los microbios. Triunfal, Spallanzani hizo públicos sus descubrimientos. Pero llego tarde. Para entonces la Royal Society, la misma que había impulsado el desarrollo de la ciencia durante casi un siglo, había cedido a presiones políticas y había aceptado a Needham como miembro. Una vez más, interpretaciones simplistas e interesadas de la ciencia se imponían a la evidencia de los hechos. Spallanzani dedicó toda su vida a intentar refutar las teorías de Needham, y aunque poco a poco, los hechos hablaban por si mismos, no faltaba quien aseguraba que el mantener las botellas selladas del modo en que lo hacía el italiano no permitía que los átomos vitales del aire, y que eran necesarios para la génesis de vida, penetrasen en el cultivo.
Sea como sea, Spallanzani nunca fue reconocido como científico en vida. No sería hasta muchos años mas tarde cuando Pasteur consiguió de una vez por todas, matar aquella absurda teoría.

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