viernes, 12 de marzo de 2010

La dura entrada al paraíso.

Uno es una buena bacteria, ¿no? Quiero decir, uno se pasa la vida en su sitio, absorbiendo su comida y expulsando sus desechos, y haciendo, bueno, las cosas típicas que hacen las bacterias, ¿verdad? Ya sabes ser una buena Gram negativa, tener adecentada tu membrana externa. Te preocupas de mantener una buena estructura en diplococo. Joder, lo que se dice ser una buena bacteria de la meningitis.
Te pasas la vida ahí en la faringe, sin meterte con nadie, sin montar lio, esperando tu oportunidad, consciente de que probablemente nunca llegue. Y de repente, un día, ¡zas! Un pequeño lío con los Streptococos, y ahí está. Un huequecito insignificante, pero ahí está. Y te cuelas por él. Aprovechas que los leucocitos están sobrepasados fagocitando a diestro y siniestro y alcanzas la sangre. Pan comido, piensas. De ahí a la gloria un paso. ¡Cuán lejos de la realidad! Durante varias horas vagas arrastrado de un lado para otro, expuesto constantemente al sistema inmune, impulsado por caminos que no te interesan, perdido... Y cuando por fin, consigues llegar al sistema nervioso, exhausto, desorientado, frágil. Cuando puedes sentir el olor del paraíso al otro lado del capilar. Cuando estás a punto de salir, te topas con la barrera hemato-encefálica. Y entonces confías en que haya un dios de las bacterias al otro lado, porque cuando llegues te gustaría tener con él unas palabras.
Para empezar, en medio de esta tupidísima maraña de vasos, no hay ni un puñetero hueco. Es imposible salir. Uno intenta adherirse y trata de atravesarlo, pero no hay manera. Secreta toxinas, y cosas tratando de abrirse paso, y cuando tras un gran esfuerzo, lo consigue, se encuentra con poco menos que la nada repleta de astrocitos y microglía. Es el infierno colocado a las puertas del cielo. Y uno tiene que luchar por pasar y atravesar aquella maraña terrible, luchando a cada instante. Peleando cada micra que avanza hasta alcanzar las meninges. Y aún allí, sigue habiendo pruebas. Hay que atravesar dos barreras más. Dos nuevas piedras en el camino del paraíso. Y pasas una. Y cuando crees que ya no tienes fuerzas para pasar otra. Justo cuando crees que todo está perdido... llegas.
Y allí estás... la tierra prometida... Una enorme mar lleno de comida donde sólo llegan las bacterias buenas, las que pelearon duro por llegar. Dónde sólo llegan las bacterias que se lo merecen. El paraíso... estar rodeado constantemente de comida, con un suministro constante, self-service, a 37 grados, un lugar donde reproducirse a ritmo constante. Un lugar, en definitiva, donde vivir como una buena bacteria se merece.

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