martes, 23 de marzo de 2010

Flandes (parte primera)

Excelsa Majestad, rey de las Españas,

He aquí la pequeña crónica de mi breve periplo por tierras flamencas, que gracias a la bondad de Dios, finalizó con fortuna, habiendo cumplido mi misión de traer noticias del aventurero Lope de Ordás enviado allá hace unos meses por orden de vuestra excelencia, para recabar información acerca del aquel extraño país, y de aquellas extrañas gentes.
He de decir que lo encontré, por fortuna, con buena salud, si bien ha sufrido en este sentido algunos reveses en las semanas anteriores. Esperemos, no obstante, que la llegada de la primavera suavice aquel clima perruno y le dé cierta tregua. Por lo demás lo encontré convenientemente adaptado al pais y sus costumbres, aunque como buen castellano, añorando y echando pestes de su tierra natal a partes iguales.
La primera parada de nuestro pequeño viaje juntos fue Bruselas, capital de aquel sucedaneo de país que ha dado en llamarse Bélgica y de aquel sucedáneo de lo que quiera dios que sea, que ha dado en llamarse Europa. Ciudad peculiar, que conserva por un lado parte de su regio pasado, con grandes edificios esforzados en resaltar su grandeza a base de vestirse con panes de oro, y a un kilómetro escaso inmensas moles de acero y ladrillo que configuran ese lugar falso y artificial que es el barrio europeo. Ambas caras de la ciudad transmiten un aire vago de decadencia. Bruselas es una ciudad esquizofrénica, construída a golpes, configurando una gran metáfora de lo que es este país. Retorcidas calles flamencas, dan paso a amplias avenidas de corte francés. Flandes contra Valonia. En cada esquina. Bruselas ha cambiado en cada siglo según de qué lado soplara el viento, generando una ciudad de contrastes que a ratos parece viajar plácidamente sobre la historia, y a ratos pelearse consigo misma.
La locura eclosiona en el Barrio Europeo, que a pesar de ser un gran campus de cara amable, no deja de aparentar la frialdad y rigidez que caracteriza a todo centro burocrático. Este barrio, no es un barrio. Es concretamente un polígono industrial dedicado a la producción de burocracia. Y ese es el aire que transmite. Frente al edificio de la Comisión Europea, una escultura simbolizaba de forma nítida la idea de Europa. Un hombre sobre un pedestal, mirando hacia adelante con una mezcla de ilusión y arrogancia, adelantaba un pie sobre el vacío. Tal es Europa.
Si bien de ello me daría cuenta más adelante, en Gantes, ya en Bruselas se apreciaba aquello que Lope de Ordás me había dicho al poco de encontrarnos: No es que se note la influencia española; es que en el fondo, nunca nos hemos ido. Esto es algo que se nota al entrar en cualquier iglesia. De hecho es algo que se nota en cuanto uno empieza simplemente a contar iglesias. Si bien yo jamás vi tanto y tan buen estilo gótico en España, no por ello las iglesias dejan de tener un aspecto típicamente español. Si a ello le sumamos las numerosas tumbas con nombres españoles en su interior, las numerosas vírgenes... en realidad es difícil de explicar, pero tenían un algo tremendamente familiar. La única diferencia respecto a nosotros es su casi insana obsesión con el pan de oro que usan indistintamente para decorar interiores y exteriores. Si todo ese oro lo hubieran dedicado a la guerra contra nuestros tercios, en vez de para pintar ornamentos, otro gallo les hubiera cantado. Pero eso es otra cosa que caracteriza a los flamencos y que demuestra su herencia ibérica. No son personas especialmente dadas al pragmatismo. Tienden a ser tan desordenados y poco rigurosos como lo somos nosotros. Y adoran la ostentación por encima de la funcionalidad. Eso sí. Ellos se toman lo de ostentar más en serio.
Y por el momento, hasta aquí mi crónica. Próximamente escribiré relatando más detalles de mi viaje.
Por la presente, se despide
Vuestro Leal Súbdito

1 comentario:

  1. Quiera Dios que al Rey de las Españas, nuestro buen Don Juan Carlos el Primero y Último, le agrade esta misiva, de cuya precisión y veracidad doy fe, pues caso de hallar el más mínimo trazo de desprecio, burla o desdén en tus palabras acerca de las Españas, Flandes o las Europas tened bien seguro, amigo mío, que tanto a vuestra merced como a la mía no les esperaría otro destino sino galeras.

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