miércoles, 24 de febrero de 2010

El milagro de la prodigiosina.

Domingo, día del señor en Bolsena, Italia. Año 1263. Es un día especial, puesto que la misa en la iglesia mayor la va a dar un cura forastero, concretamente uno de esos bohemios librepensadores, que probablemente vendrá a verter sus heréticas dudas acerca del dogma de la transubstantación. Y para colmo se ha corrido la voz, de modo que la catedral hoy está más abarrotada de lo normal y la gente murmura por los rincones y los mentideros. Toda la población está nerviosa, lo que incluye al obispo que esta noche estuvo rezando en privado para que ese maldito sacerdote no meta la pata y provoque algún escándalo.
La misa avanza sin contratiempos. Muy correcta, fervorosa incluso. Y llegamos al momento crucial. El sacerdote coloca el cáliz, el vino y abre el sagrario. "Sacrilegio" murmuran algunos por lo bajo. "Que no ensucie con sus manos de hereje el cuerpo de Cristo". El sacerdote introduce su mano en el oscuro receptáculo de madera... y la retira asustado. Mira sus dedos. Están rojos. La catedral enmudece. Tragando saliva, vuelve a meter una mano temblorosa en el sagrario y saca la sagrada hostia... cubierta de sangre. Traga saliva. Debe ser una broma. Estos malditos me han tendido una trampa y han dejado sangre aquí para confundirme. Así que la aparta con cuidado, y saca una segunda hostia. Esta está limpia. Sonriendo la alza y comienza con el ritual. "Bendito seas señor..." y reprime un grito. Allí, ahora que la luz incide en el ángulo correcto, se puede apreciar un pequeño circulo rosado en el centro de la hostia, que gana intensidad momento a momento. Él lo ha visto, el pueblo lo ha visto. Los feligreses reprimen un grito y caen de rodillas gritando "¡Milagro! ¡Milagro!". Al sacerdote le tiemblan las manos, cae de rodillas. "Perdóname señor, por haber dudado. Perdóname señor". "Hoc est enim corpus meum..."

Esto, si bien está novelado, ocurrió realmente. Ahora, como cabría esperar, el milagro, que un año más tarde fue decisivo para que el Papa Urbano IV estableciera la celebración del Corpus Christi, tiene su explicación científica.
Existe un bichito, muy simpático, llamado Serratia marcescens, ocasional patógeno intestinal y causante de no pocas infecciones urinarias, al que le encanta vivir en lugares en los que tiene comida abundante, como los intestinos, la uretra, el pan, y eventualmente, ¿por qué no? en las hostias pendientes de consagrar. Se da la feliz coincidencia de que como consecuencia de su metabolismo, esta fabulosa bacteria, genera un pigmento pirrólico de color rojizo, que puede sintetizar en grandes cantidades y en periodos de tiempo relativamente cortos y que debido a su especial (y travieso) papel en numerosos milagros de este tipo, recibe el nombre de "prodigiosina". El pigmento de los prodigios, responsable de hacer llorar sangre a un número insólito de vírgenes de madera. Lo que no lograban las guerras, los desastres y los rezos desesperados de las viudas, lo lograba en apenas unas horas este amigable microorganismo.
Así que ya sabéis, ¿hartos de tratar de darle pena a la virgen del pueblo para que llore? La respuesta es ¡prodigiosina! Es rápido, limpio y barato. Muy fácil de usar. Y a precios muy económicos. Olvídese de esos complicados métodos con pinturas y sangre de animal... la prodigiosina es la solución de todos sus problemas. ¡No se lo piense más! ¡Haga llorar a su virgen! El camino más rápido hacia el paraíso.

Para que luego digan que la micro no mola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario