miércoles, 17 de febrero de 2010

Anónimo

El sábado, mientras volvía con nocturnidad de una escapadita nocturna a la ciudad condal, me di cuenta realmente de la enormidad casi faraónica de esta ciudad. Durante 40 minutos de viaje sólo vi casas, casas, casas... urbanizaciones, chaléts, pisos... todo revuelto en una tortilla de carreteras, autopistas, ferrocarriles... Una enormidad difícil de asumir para alguien acostumbrado a cruzar su ciudad a pie. Me dio por pensar en la cantidad de vidas anónimas que había tras cada ventana. Y me di cuenta de estaba en un lugar donde la ciudad se había hecho más grande que sus habitantes. Sólo hay que ver el metro. Un lugar incómodo para todo el mundo. Donde la gente se esfuerza en no mirar a quienes le rodean. Entras, compartes 5 minutos con gente que no te importa lo más mínimo y sales de nuevo a fundirse en la gran masa anónima donde no eres nada ni nadie. Y tienes la sensación de que podrías simplemente desaparecer, y nadie haría preguntas. Es muy duro darse cuenta de que sin ti, nada se va a parar ni siquiera un instante. Nada va a hacer ni siquiera una pausa. Todo sigue adelante como si tal cosa. Hace frío.

1 comentario:

  1. ¿Acaso alguien te dijo que fuera fácil? Pronto verás que merece la pena... mientras tanto, adelante, ¡siempre adelante!

    ResponderEliminar