jueves, 18 de febrero de 2010

Con la administración hemos topado

-Buenos días -le dije a la funcionaria de turno-. Mire, me acabo de mudar aquí por estudios, voy a estar 4 meses y quería que me asignaran un médico.
Ella me miró del mismo modo en que un naturalista mira un precioso ejemplar de hormiga aún desconocida después de una larga mañana infructuosa en el amazonas. O quizá del mismo modo en que un niño travieso mira alternativamente al gato y el microondas.
-Tienes que estar empadronado -zas. Ahí estaba yo, como un sin papeles, necesitando empadronarme para acceder a los servicios mínimos.
-Eh, no, no, quería darme de alta como transeunte o desplazado...
-Tienes que estar empadronado
Es acojonante el jugo que un funcionario bien entrenado le puede sacar a una única frase. Estoy convencido de que podría repetirla durante toda la mañana y en cada ocasión aportarle un nuevo y refrescante matiz. Fascinado, caí en la trampa.
-Pero es que no me puedo empadronar, porque sólo voy a estar 4 meses.
-Pues entonces no podemos hacer nada.
Mierda. Ya estaba. Había perdido. Ya no había nada que hacer. Cuando se trata de desarrollar excusas para no trabajar, no hay ser humano capaz de vencerles. Aún así el duendecillo tocahuevos que llevo dentro se rebeló.
-¿Y si necesito atención médica?
-Vas a urgencias.
-Ah.
Durante unos segundos sólo se oyó el llanto de un crío que estaba por ahí tocando los huevos. Esto siempre ocurre en cualquier centro médico y lo hacen para darle ambientación. Para que no olvides que estás en un sitio desagradable, contratan a madres que se pasan allí toda la mañana con un crio llorón.
-¿A urgencias? -reaccioné finalmente.
-Sí. Y te visitan sin problemas.
-¿Me visitan? ¿Vienen a casa?
-No, vas tu al hospital y te atienden.
Definitivamente me estaba vapuleando. Necesitaba un revulsivo, algo que cambiara las tornas. Algo para ponerla en dificultades... De repente se me abrió el cielo.
-¿Y si necesito una receta? -exclamé triunfal.
-Te la dan en urgencias.
-En urgencias no dan recetas -¡Zas! Ahora sí que sí. Me había anotado un tanto... o eso creía.
-Sí dan.
Dijo, y me sostuvo la mirada. De fondo, el crío llorando. Me estaba mintiendo a la cara. ¡Y sin pestañear! Por un momento estuve tentado de arrodillarme allí mismo, llamarla maestra y pedir que me enseñara su arte. Pero en mi interior, Mr Hyde pedía un cuchillo a gritos.
-Ya... ¿Y dónde puedo ir a urgencias?
-En cualquiera de los dos ambulatorios. Espera. ¿En qué calle vives?
-Francesc Macià.
-Entonces te corresponde el otro.
En aquel momento el niño se calló y juro que se podía oir a Mr. Hyde afilando el cuchillo. Fue un breve instante, una fracción de segundo en la que me pareció ver una leve sonrisa en la cara de perro de aquella mujer.
-¿Cómo que me corresponde?
-Sí, a tu calle le corresponde el otro ambulatorio.
-Osea que si tengo una urgencia, me tengo que ir al otro. Porque es el que tengo asignado.
-Exacto.
-Pero en realidad no tengo asignado ningún sitio, porque no tengo médico, porque no estoy empadronado.
-Hombre, puedes ir donde quieras, pero mejor que vayas al otro.
-Ah.
Decidí marcharme de allí para desilusión de Mr. Hyde que en aquellos momentos soñaba con pintar las paredes con la sangre de aquella tipa.

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