miércoles, 4 de agosto de 2010

Siega Verde

El día 1 de Agosto de 2010 la estación arqueológica y el yacimiento rupestre de Siega Verde, sito en el término municipal de Villar de la Yegua, a 17 Kms de Ciudad Rodrigo, fue inscrito por la Unesco dentro de la lista de Patrimonio Mundial, como una ampliación del parque arqueológico del Valle del Côa, en el vecino Portugal.
Aunque casi nadie sabe de siquiera de su existencia, lo cierto es que este enclave constituye el mayor conjunto de arte paleolítico al aire libre de toda la Península ibérica y uno de los mayores de Europa. Fue descubierto en 1988 como se descubren en general estas cosas, por casualidad, por un par de profesores universitarios que estaban haciendo un inventario arqueológico de la provincia y explorando una zona del Águeda un tanto inaccesible, dieron con este espectacular tesoro.
El yacimiento se articula en casi 600 figuras agrupadas en 17 conjuntos y consisten básicamente en relieves rascados en piedra mediante diversas técnicas, algunos de los cuales se aprecian hoy en día aún con una calidad sorprendente, después de casi 20000 años. Hay cérvidos, bóvidos y caballos, aunque también se pueden observar algunos animales ya extintos.
Pero, ¿por qué allí? ¿Qué tenía de especial este lugar? En primer lugar era una zona habitual de paso de animales, siendo el último vado antes de que el río se encajone en las arribes. Cuenta además, en esa zona con rebalses naturales que servían de abrevadero a las manadas. Y donde hay comida, agua, y un calorcito rico en verano, siempre hay hombres. A ello debe sumarse el culto mitológico a los cursos de agua, como una de las fuerzas primarias de la naturaleza. Razón por la cual, este tipo de yacimientos suelen encontrarse siempre muy cercanos a un río, según se teoriza, con el objetivo de encomendarse a los espíritus del agua para que la caza fuera favorable.
 

 Una de las cosas más interesantes que tiene el yacimiento es la representación, en el panel 10 de un caballo con una línea bajo sus patas rellena con barro (que en la imagen no se aprecia), que inspira la línea del agua, como si el caballo emergiera del río. Siendo así, sería el único exponente conocido de representación de un elemento paisajístico durante el paleolítico superior.
Sin duda una de las reflexiones más interesantes que se suscitan al ver estas ¿esculturas?... digamos mejor, grabados. Una de las cosas más interesantes que piensa uno es la tendencia a la abstracción, la conceptualización y el simbolismo que manifiestan, siendo importante unicamente aquello que se desea representar, sin artificios de ningún tipo (salvo por esa misteriosa línea del agua ya mencionada). En muchas ocasiones, para representar un caballo, basta simplemente con una cabeza, con frecuencia no se graban las extremidades. Hay frecuente superposición de figuras... No deja de ser curioso lo mucho que recuerda a, por ejemplo, Picasso (quizá porque precisamente hoy estuve en el Reina Sofía).
Lo de la superposición de figuras no deja de llamarme la atención. Siendo algo común en el arte rupestre, sólo cabe entenderlo como parte de una especie de aura mágica en el proceso creativo. Me explico. Es como si una vez grabado un caballo, por ejemplo, la magia ya estuviera hecha, el objetivo cumplido. Y cumplido el objetivo, podría reutilizarse la misma superficie para una nueva figura, sin importar que sus líneas se crucen con las otras, como si al ser dos conceptos distintos entre sí, por derecho propio, no importara su mezcla, porque en el mundo trascendente de los espíritus, al cual iban dirigidas esas pinturas, aquello seguiría estando separado. Dos toros nunca son "dos toros," son simplemente un toro y otro toro. Es como si un pintor hiciese un añadido sobre un cuadro sin pretender alterar para nada el cuadro, sino simplemente pintar otra obra encima, que no alteraría para nada la anterior. Lo que no deja de ser curioso, porque implica una concepción de la obra que trasciente la realidad. Es decir, lo importante no es la obra en sí (lo material) sino el concepto que ya ha quedado plasmado, digamos, en el plano espiritual. Lo importante no es la obra, sino el propico proceso de creación.
Es un acto de autorrealización del artista: él, la obra, y la esencia que acaba de crear. El resto no importa. La obra caduca tan pronto como se caza el ciervo, y entonces habrá que pintar otro ciervo. No importa cuántos y cuán perfectos se hayan pintado ya. Siempre caducan, porque el arte pertenece a otra esfera de la existencia, y hacia ella trasciende tan pronto como es creado.

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