martes, 10 de agosto de 2010

Minigenes

Decíamos ayer de la existencia de secuencias llamadas LINEs que, presentes en nuestro genoma, aparentemente no cumplían ninguna función. También mencionábamos que realmente esto no es así, y que alguna debían cumplir, ya que si no, no estarían ahí.
Pues bien, las LINEs, al igual que muchos otros elementos génicos fueron llamadas durante mucho tiempo con el desafortunado nombre de ADN basura. Esto es, ADN sin función aparente. En un ser humano, este ADN basura, viene a representar el 95% del total, lo que no deja de ser increíblemente sorprendente si tenemos en cuenta el enorme gasto energético que supone el mantenimiento de todos esos millones de pares de bases para la célula. Se hicieron experimentos en los cuales algunos investigadores llegaron a eliminar más del 1% de estas regiones del genoma de ratones de laboratorio, sin que ello afectara para nada a su viabilidad ni a su calidad de vida, lo que parecía convenir con la teoría de que ese ADN no servía para nada. Sin embargo puede que la naturaleza, quizá no sea sabia, pero desde luego es jodidamente pragmática, y la lógica nos hace suponer que realmente no será una basura y que servirá para algo
Hablábamos ayer de trasposones. Apenas unos años más tarde del reconocimiento de la existencia de éstos, Fire y Mello, en 1993, hablaban del microARN. Éste es una molécula que está codificada en esos "desiertos de ADN" y que con menos de 100 nucleótidos (para que os hagáis una idea, un gen de los más sencillitos puede tener 500 o 600) era capaz de regular la expresión de otros genes. Este descubrimiento les valió poco después el Nobel de medicina, y supuso el principio de un cambio de mentalidad que ha revolucionado el estudio de la genómica en los últimos 15 años. Ya no nos interesan tanto los genes en sí, sino cómo se organizan y sobre todo cómo y cuánto se expresan. Y ahí tienen mucho que decir estas secuencias de genoma aparentemente inútiles.
Muy recientemente se ha descubierto un microgen, o gen enano en Drosophila melanogaster (la mosca del vinagre para los no iniciados), que produce pequeños péptidos (proteínas pequeñas) capaces de regular otros genes. De nuevo esa preciosa palabra... regulación. Enormes cantidades de ADN en la que destacan multitud de pequeños elementos distintos entre sí y que unidos cumplen con ese primordial objetivo que es hacer que un gen en cuestión se exprese correctamente, orquestando una complicadísima, aunque por otra parte armoniosa burocrácia biológica, en la cual, hay un gen que produce algo, y 300 que lo regulan.
Y ahí nace la que, a mi entender es la gran idea de la nueva era de la biología: la vida ya no son genes y proteínas, sino un maravilloso sistema caótico de relaciones, interrelaciones, superrelaciones, relaciones inversas, del derecho, de lrevés y por los lados que tejen matrices altamente complejas de sucesos interconectados entre sí, hasta el punto que el funcionamiento del sistema no depende tanto de los elementos que lo componen (en este caso los genes), como de la forma en que éstos se relacionan entre sí.
Esa misma idea se aplica actualmente a las redes de información, y en numerosos campos de la ciencia, hasta la fecha con pocos avances, pero de gran éxito. Y un poco cada día, nos adentramos en un nuevo, fabuloso e inexplorado paradigma.

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