lunes, 9 de agosto de 2010

Trasposones y las rarezas de la evolución del genoma

Una de las cosas más interesantes que uno puede encontrarse cuando uno abre un manual de Genética Molecular (que es algo que todo el mundo hace tres o cuatro veces al año cuando menos) es el capítulo que hace referencia a los elementos de trasposición o trasposones.
Éstos fueron descubiertos por Barbara McClintock en 1953, si bien lo novedoso de la idea, unido al hecho de que fuera una mujer la que lo proponía, provocaron el escepticismo generalizado de la comunidad científica. No obstante, 30 años después, fue galardonada con el nobel de medicina.
Pues bien, los trasposones son elementos genéticos móviles presentes en el genoma de todos los organismos vivos, incluyendo, efectivamente, el nuestro. Estos se dedican a estar ahí, tranquilamente sin hacer gran cosa, normalmente en regiones del genoma con función estructural y no codificante. Pero sin duda, lo chachi de estos elementos, es que en un momento dado pueden activarse, escindirse del lugar en el que están, e integrarse en otro punto del genoma, provocando cambios. Dichos cambios podrán ser para mejor, para peor, o indiferentes.  Normalmente son del tercer tipo, pero eventualmente pueden estar implicados en procesos de desarrollo tumoral o participar en procesos de desarrollo de nuevos o mejores genes, incrementando la potencialidad evolutiva del individuo portador.
Ahora bien, ¿cómo llegan semejantes cosas a meterse en el genoma de todas la cosas vivas? La hipótesis comúnmente aceptada viene a postular que son fragmentos de genomas víricos que a lo largo de la historia evolutiva, fueron quedando residualmente en el genoma de las células hospedadoras como consecuencia de infecciones. Fallos en los procesos de replicación vírica, una respuesta defensiva eficaz, mutaciones producidas durante el proceso de infección... todo ello podría haberlo provocado. Su estudio empieza a ser esencial para entender la historia evolutiva.
Recientemente, un estudio ha demostrado que un tipo concreto de estas secuencias, las LINEs (Long Interspected Nuclear Elements), presentes exclusivamente en Eucariotas (células con nucleo, osea, todas menos las bacterias) pueden proceder entre otras, de la familia de los Filovirus, donde encontramos miembros tan ilustres como el virus del Ébola.
Lo realmente curioso es que hasta la fecha, se pensaba que estos virus, así como la mayoría de los virus hemorrágicos eran, por sus mecanismos de acción, relativamente recientes en la historia evolutiva. Sin embargo, estos estudios has permitido establecer correlaciones casi perfectas entre las secuencias LINEs de nuestro genoma y fragmentos del virus. Lo que implica que ni unas ni otros han evolucionado significativamente en todos estos milloncejos de años. Cosa rara teniendo en cuenta que son secuencias poco importantes.
Conclusión lógica: Igual son mucho más importantes de lo que pensamos.
Otros estudios vienen a incidir en los aspectos funcionales de estas secuencias. Por ejemplo, a través de un mecanismo conocido como miRNA, las células pueden detectar genomas víricos y destruirlos antes de que infecten. Se cree que este mecanismo pudo evolucionar a partir de estos elementos. También hay casos de secuencias cuya expresión está regulada por la cercanía de estos elementos. Por no hablar del papel estructural esencial que pueden tener y del que aún no sabemos gran cosa.
Esta es una de esas cosas que no deja de asombrar. Cómo la vida, tarde o temprano, acaba siempre sacando provecho de los problemas, y a partir de una infección vírica, acaba adquiriendo elementos que pueden haber resultado esenciales en el desarrollo de toda la historia evolutiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario