jueves, 15 de abril de 2010

La guerra y Appert

Corría el año 1800 y Napoleón tenía un problema. Bueno tenía varios, empezando por ser un cabrón bajito con más mala leche que estatura, pero el problema al que nos referimos es que tenía que enviar tropas por esos mundos de dios a través de muchos kilómetros de territorio hostil. Esto que suena tirado de hacer sobre el papel (¡diantres, es Napoleón! ¿acaso hay algo que no pueda hacer?) presentaba algún que otro inconveniente logístico. A saber: ¿De dónde sacar comida para alimentar a todos esos miles de soldados hasta que lleguen a su destino? ¡Diablos, que peleén por ella! ¿Acaso no son soldados? Lo hicieron. El problema es que al final, cuando llegaban a Rusia, llegaban la mitad y de ellos, la mayoría desnutridos.
¡Cielos, cielos, cielos! gritaba Napoleón por su despacho (solo que en francés, claro, osea, alargando las oes, en algo así como "cieloooous") mientras pensaba en los enfants de la patrie y todo eso. ¡Pues si no consiguen comida que se la lleven puesta! Y allá van otra vez diez mil o veinte mil elegantes soldados, cargados esta vez con varios kilos extra de deliciosa comida francesa (tappers con las albóndigas de mami, todo eso) que a los pocos días eran (menos) kilos de comida francesa sin rastros de deliciosidad y a las pocas semanas eran (aún menos) kilos de olorosa materia orgánica en descomposición.
Podemos ahora imaginar a Napoleón subiéndose por las paredes, mandando guillotinar ministros, subsecretarios, arrojando criados por las ventanas... en fin todas esas pequeñas cosas hermosas que se permitían los ilustrados cuando eran pasto de la ira.
Total que en plena desesperación, Napoleón saca un edicto en el que asegura que recompensará con 12000 francos (una barbaridad de pasta) a quien idee un sistema para prolongar la vida útil de los alimentos.
Y ahí entra en juego nuestro brillante protagonista: Nicolas Appert, maestro confitero parisino que durante años se dedicó a investigar sobre el tema, hasta que en 1811, describe el método llamado Appertización, consistente en introducir el alimento en un recipiente herméticamente sellado y calentarlo hasta ebullición durante varios minutos. Appert no supo nunca por qué, pero su método funcionaba.
¡Oh, la, la! decía ahora Napoleón. ¡Pog fín! ¡Pog fin! ¡Ahoga sí que sí! ... tampoco le sirvió de mucho.
Sin embargo, el método se popularizó debido a lo fácil que era de realizar y aún hoy se usa para las conservas caseras.
Años más tarde, Pasteur pondría las bases científicas que sostenían el método demostrando que el calor mataba a los microorganismos responsables de la degradación del producto, y propuso "su" propio proceso (Pasteur era así de ególatra) al que llamó Pasteurización, y que también hoy se sigue usando para muchas cosas.
No mucho más tarde, con la invención de la lata y el método de Appert, nació la industria conservera actual. Y hoy por hoy, con algunas variaciones respecto al protocolo original (más temperatura, menos tiempo, mejor conservación), la apertización (con una sola p en castellano) sigue siendo el método más usado para la conservación de alimentos.

Como reflexión final... es acojonante lo mucho que avanza la ciencia en tiempos de guerra, ¿verdad? Debe ser que el sentir el aliento de la muerte en el cogote aguza el ingenio.

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