viernes, 18 de junio de 2010

Saramago

Dicen que a veces a la muerte le cuesta hacer su trabajo. Ayer sin duda debió ser así, porque el destinatario de sus desvelos erá José Saramago. Y siempre duele llevarse a uno de los buenos.

Lo cierto es que llevo 10 minutos aquí delante sin saber qué más poner. Y es que me siento realmente entristecido, y realmente bloqueado, porque nada de lo que yo pueda escribir estará a la altura de su grandeza. Y quizá se ha marchado, porque este mundo tampoco lo estaba. Se podrían decir muchas cosas, decir que ha sido la conciencia más lúcida del fin de siglo. Que era el último hombre con el corazón de los viejos poetas... Al final, lo que queda es simplemente la historia de un hijo de campesinos que vino al mundo en el Portugal rural de 1922, que se movío a Lisboa a los 3 años, que no pudo estudiar porque había hambre, y aprendió el valor de trabajar y mancharse las manos. Poeta de oficio, leyó, estudió, escribió, aprendió. Dio vueltas por la vida hasta que por fin, se encontró con su destino, que era brindarle al mundo el regalo de sus textos.

Tras vivir la vida en pie de guerra contra todo, hoy, Saramago, descansa en paz. Y nosotros lloramos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario